Estructuras de Democracia y Libertad
(Discurso ante VENAMERICA en el Sistema Universitario Ana G .Méndez, el martes 6 de febrero, 2018)
Buenas noches. Quiero
agradecer al Sistema Universitario Ana G. Méndez y a VenAmérica por haberme
invitado a compartir con ustedes esta noche unas reflexiones derivadas de mi
libro, “La Venezuela imposible”.
Quiero agradecer también a VenAmérica, en particular a Luis Corona, su
presidente, a Gonzalo Aguerrevere y a sus otros directivos por esta iniciativa
positiva que busca discutir lo que queremos de una democracia moderna en este
mundo y, en particular, en el caso de Venezuela; y, por supuesto, quiero
agradecerles a todos ustedes su interés por venir a este evento y compartir con
nosotros su valioso tiempo esta noche.
No quiero dejar
de observar que el domingo pasado fue el aniversario de un evento que
renuentemente hay que calificar como un parteaguas en la historia de Venezuela.
Nunca me gusta calificar un evento particular contemporáneo como de significado
histórico, y en su momento quise que aquél día no fuese así. Pero hay que
reconocer que el 4 de febrero de 1992 es el comienzo del declive de la democracia
en Venezuela. Un ambicioso de poder que venía conspirando desde antes de 1982 aprovechó
las dificultades que atravesaba el país tratando de modernizar su economía para
intentar llegar al poder por la fuerza—y fracturó la democracia. Esa intentona
y sus secuelas es lo que ha llevado a que gran cantidad de venezolanos hoy estén
hurgando basureros para poder comer al menos una vez al día y muchos otros
hayan huido del país. Este nuevo aniversario es motivo de reflexión acerca de
la democracia, sus fortalezas, debilidades, y cómo se construye.
Comencemos por
internalizar que el principio básico de la democracia es que toda persona
sujeta a una ley tiene el derecho a tener voz en la promulgación y ejecución
de dicha ley. En una república democrática los gobernados tienen el derecho a decidir
y decir cómo son gobernados; o sea las leyes e instituciones que rigen al
estado son formuladas e instrumentadas con y por el consentimiento de sus ciudadanos.
Es eso en lo que consiste la soberanía del pueblo, la república. Cuando un gobierno regenta con este principio,
obtiene el apoyo, la acción y el oxígeno necesario para el sustento de su
gestión de su ciudadanía. Los gobiernos que violan este principio lo hacen bajo
riesgo de rebelión; o tendrán que aplicar medidas represivas a sus ciudadanos
para mantenerse en el poder.
Para que exista
una república debe existir un estado de derecho que respete ese principio
básico de la democracia. Esto sucede cuando la formulación de las leyes es
independiente de las instituciones encargadas de aplicar e interpretar dichas
leyes. En el ideal democrático las leyes son formuladas por un cuerpo
deliberante con multiplicidad de opiniones, debido a que una sola persona o un
pequeño grupo de personas nunca tendrán la capacidad suficiente para saber o
velar por todos los intereses del gran número de ciudadanos que componen la república.
Por esta misma razón, la ciudadanía debe ser consultada periódicamente para ratificar
que su voz sea escuchada y protegida.
Una república democrática
respeta esta voz del ciudadano. Esta voz se manifiesta a través de las
herramientas de la democracia y el voto, por supuesto, es una de estas
herramientas. Las elecciones son condición sine
qua non de una democracia pero no necesariamente al existir elecciones existe democracia.
La voz del ciudadano en democracia incluye la libre expresión de ideas, el
pluralismo y la tolerancia; y la libre asociación de personas en partidos,
sindicatos y otras agrupaciones de la sociedad civil con el propósito y capacidad
de influenciar decisiones de gobierno. La estructura democrática, entonces, incluye
herramientas, procesos y mecanismos que maximizan la posibilidad de que los
distintos sectores de la ciudadanía tengan voz relevante, frecuente e
influyente en los destinos de su nación.
Por último, el
poder concentrado es antidemocrático. Concentrar el poder en sí no es el
problema, el problema es la naturaleza humana. El ser humano vela por su
interés propio como parte de su instinto de supervivencia. Si aceptamos esto
como natural, la ilusión del tirano benevolente se desenmascara como tal: una
ilusión. Un tirano nunca será benevolente y, eventualmente, utilizará ese poder
para su propio beneficio. Cualquier interés contrario a ese beneficio será
reprimido con su poder de tirano. Es por ello que la estructura democrática
debe favorecer la desconcentración del poder. Esto se logra en primera
instancia dividiendo la formulación, aplicación e interpretación de aquellas leyes
en instituciones independientes. En segunda instancia se logra asegurando que
las herramientas de la democracia permitan la convivencia de intereses
múltiples, y a veces contrarios, dentro del consenso general de país; el
consenso, espero, de que el sistema democrático es el mejor para regir los
destinos de una nación.
De esta manera
llegamos a las conclusiones de que:
- Una democracia es un sistema de gobierno en el cual los gobernados tienen capacidad para decidir, opinar e influir acerca de cómo son gobernados.
- El estado de derecho es intrínseco y esencial para la democracia.
- La capacidad de decisión e influencia ciudadana se ejerce mediante elecciones libres, libertad de expresión y libertad de asociación.
- Los límites al poder y la multiplicidad de intereses son esenciales para la estructura y el fortalecimiento de la democracia.
Existen otros
modelos de gobierno que no son democráticos y que “funcionan”, por decirlo así.
Gente nace, vive, crece y muere en esas sociedades bajo esos gobiernos. Recordemos
que en los 6.000 años de historia civilizada que tiene el mundo, la existencia
de la democracia es un instante de esa historia; pero el experimento
democrático vale la pena. Es bajo democracia que se ha desarrollado el
potencial humano que proviene de la libertad, un potencial insospechado a principios
del S. XIX, cuando se inician esos experimentos democráticos modernos alrededor
del mundo.
En La Venezuela imposible defino la
libertad como “la condición bajo la cual el ser humano tiene la oportunidad de
desarrollar plenamente su potencial como tal.” Al definirla así, democracia y
libertad van mano a mano, se complementan la una con la otra; democracia como
el derecho a tener voz propia en el regir de nuestros destinos, y libertad como
el derecho a tener la oportunidad de desarrollar plenamente nuestro propio
potencial. La sinergia entre estos dos derechos es la que ha logrado que este
breve período de la civilización, en el cual ha florecido lo más parecido a
democracia y libertad, ha sido el período de civilización que ha tenido el
mayor incremento exponencial de desarrollo y bienestar general en 6.000 años de
historia. Es por eso que democracia y libertad es la meta deseable para cualquier
país. Esa combinación es la más conducente al mayor grado de paz y prosperidad
para cualquier nación.
En Venezuela no
existe democracia. Vale la pena acotar que en el período anterior a este
régimen que ahora gobierna Venezuela la democracia no era plena, no satisfacía
todas las condiciones necesarias mencionadas anteriormente, principalmente la
referida al estado de derecho. Esa fue una de las razones por las que triunfó
la llamada “tercera vía” anti-institucional de Hugo Chávez que prometía renovar
la democracia y poner orden.
Pero, y a pesar
de no haber sido aquella una democracia perfecta, lo que se vivía en Venezuela
antes de esta llamada Quinta República
era una democracia perfectible. En contraste, lo que se vive hoy en el
país es una tiranía enquistada. La característica principal del gobierno
tiránico, la concentración de poder arbitrario en un pequeño grupo u oligarquía,
es manifiesta en Venezuela; y esta tiranía concentra su poder en ciclos de
represión cada vez mayor.
La represión
tiene tres componentes: la represión política, la represión económica y la llamada
represión biológica. Las acciones de la represión política incluyen la violencia
mortal contra manifestantes y marchas, golpizas, intimidación por milicianos, encarcelamientos,
secuestros, torturas, etc. La represión
económica incluye desde el “bozal de arepa” hasta el chantaje para el acceso a
divisas preferenciales y la creciente importancia del Carnet de Patria para
sustituir al dinero en transacciones ordinarias. La represión biológica incluye
las dificultades e inseguridad para satisfacer necesidades de supervivencia
básica: alimentos, salud y techo, el nivel más bajo en la jerarquía de Maslow. Por
ejemplo, y para explicar esto mejor, poco después de haber sido electa la
oposición por abrumadora mayoría a la Asamblea Nacional en el 2015, pasaron una
ley de “regularización de la tenencia de la propiedad” para residentes en vivienda
pública, del estado, dándoles la titularidad de su vivienda. El gobierno se negó
a promulgar esta ley, con la desfachatez (por estos ladrones) de argumentar que lesionaba el
patrimonio nacional. El Tribunal Supremo de Justicia, aquel mismo designado a
medianoche después de aquellas elecciones por una comisión delegada ilegítima,
le dio la razón al gobierno, derogando la ley. De esta manera los habitantes en
todas las viviendas públicas se mantienen en su hogar a la discreción de juntas
vecinales que ratifican periódicamente su lealtad al régimen.
Muchos de los
problemas humanitarios que vemos a diario no son únicamente consecuencia del
modelo económico errado en ejecución desde hace 50 años en Venezuela sino son mecanismos
que la tiranía usa deliberadamente para concentrar su poder mermando su apoyo,
acción y oxígeno necesarios de la ciudadanía a un gobierno para que se pueda vivir
en sociedad, con paz y prosperidad.
La meta del
régimen está clara: establecer una mal llamada “democracia” de partido único,
eliminando las voces de cualquier otro interés que no sea el de ese partido
hegemónico. Un partido único, o con una oposición conformada por convidados de
piedra, acumula el poder de manera tiránica e inclusive hace simulacros casi
creíbles de democracia para aquellos que comulgan bajo su misma hegemonía. Esto
ocurre con mayor o menor éxito en Cuba, en Corea del Norte, en Irán, en Rusia y
la China. Ocurría en el Egipto de Mubarak; en el Irak de Hussein; en la Unión
Soviética. En mi libro específicamente ilustro similitudes entre el régimen
norcoreano y el de Chávez-Maduro en un ensayo titulado “La Locura del Liderazgo”, escrito ya hace casi más de tres años. En
ese ensayo argumento que el modelo de gobierno venezolano cada vez más se
aproxima al modelo norcoreano, incluyendo el fetichismo religioso-político como
instrumento de manipulación ideológica, la demonización de “el imperio”, y el
aislamiento internacional. Es de hacer notar que Venezuela y Corea del Norte
tienen un tratado de defensa mutua. No sería de extrañar que el petróleo
contrabandeado a Corea del Norte burlando sanciones internacionales, sea
venezolano. Pero no tengo pruebas de eso.
Ante esta
tiranía controlando a Venezuela —sustentada a su vez por ser simultáneamente
una pieza clave en las ambiciones imperiales del régimen cubano y una pieza
clave en las redes del tráfico internacional de drogas— es natural que una gran
parte del pueblo venezolano, ya sea por razones de supervivencia básica o por
razones de rechazo moral, se haya ido del país voluntariamente. No es fácil esa
decisión. Mi padre abandonó el país de la dictadura de Pérez Jiménez en 1956
para hacer carrera en los EE.UU. ante el asco que le causaba aquella dictadura,
pero tuvo la fortuna de poder regresar en 1959 para apoyar y participar directamente
en la formación de la nueva democracia.
Entre las redes
sociales hay personas que a veces acusan a los exiliados de abandonar a la
patria, de escaparse como ratas traidoras, de no querer ser “solidarios” con la
tragedia del país... El colectivismo cultural que identificó Hofstede en
Venezuela en los años 60 se mantiene vigente en esos reclamos infundados del
colectivo a la decisión individual.
Quiero aclarar
mi opinión sobre esto. Para mí, los que realmente han abandonado a Venezuela
son sus mal llamados gobernantes actuales. Ellos transformaron al país en un mero
instrumento para su propio enriquecimiento y la satisfacción de sus ansias de
poder e influencia. La verdad es que no hay que estar fuera del territorio
venezolano para sentirse exiliado. El país que construyeron estos tiranos delincuentes
no es la Venezuela que existe en el corazón de muchos, la que ya no es más en
ningún lugar del mundo. Esos que mal gobiernan al país, esos son los verdaderos
vende patrias, esos son los traidores al pueblo de Venezuela, los traidores al
legado histórico y cultural de un gran país; los traidores al potencial de
grandeza del capital humano de los venezolanos. Ellos son los traidores.
Pretenden robarnos la memoria del país; le han robado el futuro al país. Ellos
son los ladrones y traidores.
A esos
traidores en el gobierno les conviene crear la división entre exiliados y a los
que llamaremos nacionales, los que se quedaron en nuestra tierra. Les conviene
la división entre exiliado y nacional. A esos traidores en el gobierno les
conviene crear la división entre exiliado y exiliado; entre nacional y nacional; a esos traidores en el gobierno les conviene el
desacuerdo de opositores en las tácticas y estrategias para llegar a cualquier
meta. Es útil y fácil para el régimen dividir y desprestigiar a cualquier líder
que proponga metas. Son los trucos de espejo y juegos de mano que usa el
régimen para fortalecer y cimentar su estructura totalitaria de partido único
en el poder.
Es por eso que el opositor
en el exilio y el opositor nacional debemos simplificar la meta, regresar al
objetivo primordial y único: restaurar la democracia en Venezuela. Una
vez que esa meta sea lograda pueden existir tantas divisiones como se quieran
en contienda electoral libre y democrática, con agendas y programas de gobierno
distintos. Es para enfocarme en esta
meta y aclarar lo que se busca que comencé hablando acerca de la estructura de
la democracia.
La democracia
se fortalece con una amplia participación ciudadana. Mientras mayor, fuerte y
diversa sea esa participación, menor será la probabilidad de que se fortalezcan
tiranías coyunturales por existir el interés de compromiso político entre los distintos
grupos de interés ciudadanos que conforman la república. Es por eso que las
tiranías quieren uniformizar a los miembros de sus sociedades. A la resistencia,
para restaurar la democracia en Venezuela, nos hace falta, nos conviene toda la
diversidad ideológica de todos los venezolanos, tanto de aquellos en la patria
como de los que estamos por otros lares. Tanto de aquel dentro del régimen que,
como un Saúl de Tarso fulminado en el camino a Damasco, es ahora converso, como
de los que siempre supimos lo que representaba Chávez y clamábamos en el
desierto. Tanto de aquel que quiere usar sanguinariamente ejércitos y milicias
para ajusticiar a cualquiera con franela roja, como del que quiere
desesperadamente evitar esos ríos de sangre. La meta verdadera sigue siendo una
sola: restaurar la democracia. Todos tienen voz, todos aportan, la
solución no es mañana ni pasado mañana, pero sí existe y si va a llegar. Una
vez que la democracia esté restaurada se podrá ir a la contienda electoral y
ver a quién escoge la ciudadanía soberana para gobernar el país.
La estructura cabal
de la democracia permite crear un gobierno en el cual los ciudadanos ejercen el
control consensuado sobre su gobierno, en vez de que los gobiernos ejerzan el control
represivo sobre sus ciudadanos. Defender la democracia, entonces, equivale a defender
los derechos humanos. Los derechos no son esa concepción totalitaria
castro-cubana: una gracia otorgada por el estado. Los derechos existen por el
hecho de que somos humanos, y un derecho humano fundamental es el derecho a la
libertad. Es por eso que la defensa de la voz de la democracia es la defensa de
la voz de la libertad; y defender a la libertad es defender a la democracia.
Hace muchos
años salí de Venezuela, pero Venezuela nunca salió de mí. A pesar de las
frustraciones y emociones desesperadas, como las de aquel que ve en cámara
lenta un accidente ocurriendo, he mantenido mi fe en Venezuela. Hace unas
semanas hablé por teléfono con mi tía, ya anciana, y me decía que no espera que
llegará a ver la recuperación de nuestro país. Pero esas palabras me lo dicen
todo: sí espera que el país se recupere de esta destrucción que ella observa
diariamente a su alrededor. Ese día ella iba a votar, en las elecciones
municipales recientes. Sabía que su voto en realidad no contaría, que en el
mejor de los casos sería anulado, en el peor robado, pero ella no quería que le
robaran también su derecho al voto. Su derecho a tener
voz, derecho por el cual lucharon y murieron muchos en el pasado lejano y reciente.
Ella aporta su grano de arena a la democracia como mejor puede, como ciudadana.
De granos de arena es que se hacen las más bellas playas, cada grano minúsculo,
y todos contribuyendo al gran espectáculo que nos maravilla al pararnos sobre
esa arena bajo un sol tropical ante la inmensidad de la mar. De gota en gota esa
mar se convierte y rompe en poderosas olas, reventando peñas; gota a gota caen las
lluvias que tumban grandes montañas de roca; gota a gota se riegan las selvas, donde
cada hoja de cada árbol aporta el oxígeno que respiramos cada día para
sobrevivir. Cada grano, cada gota, cada hoja, cada minúsculo aporte de apoyo a
la democracia, de acción contra el régimen y de aliento a la resistencia,
cuenta para construir el mundo que queremos, ese en el que queremos vivir. Cada
aporte que cada uno de ustedes pueda hacer es valioso para lograr la meta de un
país con paz y prosperidad en democracia y libertad.
Muchas gracias.
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